Ayer me preguntaron cómo empecé a hacer collares para
perros. Mientras lo explicaba me di cuenta de que los collares que hago son el
reflejo de mí misma y el amor que siento por mis preciosos perritos.
Hace casi cuatro años yo estaba sufriendo las secuelas de un
accidente y sorteando diagnósticos médicos que dinamitan la moral de
cualquiera. Triste, muy triste y en una caída libre que no dejaba ver ningún signo de que la cosa
mejorara.
Por cosas de la vida que a veces no tienen una explicación
sencilla, Lílith llegó a mi vida, una preciosa cachorrita con ojos muy abiertos
y llena de vida, la misma que me contagió desde el mismo instante que la cogí
en brazos y supe que era mía.
Sigo intentando entender la paradoja que supone que un
animal nos dé tanto cuando en realidad ese tanto es absolutamente nada tangible.
No nos dan nada material ni físico, pero ¿acaso no es físico el sentimiento que
nos despiertan?... ahí dejo la reflexión.
Así que me encontré con una cachorrita que iluminaba mis
días y me despertó a la vida, una peludina que me seguía como un patito y que
se dormía encima de mí con su cabeza en mi corazón. ¿Cómo no enamorarse?
Y así, como soy yo, sentí que quería hacerla tan feliz como
pudiese y lo mejor que se me ocurrió fue hacerme educadora canina en positivo
para saber educarla, cuidarla y atendiendo a todas sus necesidades de la mejor
manera y más cariñosa posible.
No hace falta extenderme en cuánto, cuantísimo me ayudó esa
formación para darme cuenta de tanta información errónea que tenemos sobre la
educación canina, pero eso será material de otra publicación del blog.
Empecé a buscar collares o arneses y correas para ella, y
todos me parecían lo mismo, vista una tienda vistas todas, no había nada especial
ni original, valga decir que para una diseñadora lo convencional resulta muy
aburrido, así que empecé a buscar por Internet y buscar... y buscar, y al final
encontré un modelo de collar bastante bonito llamado "Martingale".
El sistema "Martingale" es un tipo de collar que
se ajusta al contorno del cuello del perro y que por un sistema de confección
en dos partes, la pieza que se engancha al mosquetón de la correa se ajusta al
cuello si el perro tira durante el paseo.
Lo pedí a Estados Unidos, me lo enviaron y lo usé unas
semanas, pero me encontré con que tener el collar puesto las 24 horas del día,
no sólo me parecía molesto sino que empezaba a estropear el pelo del cuello de
Lílith, también el mosquetón de la correa le arrancaba el pelo, además de
parecerme muy molesto ir con el ruidito metálico del metal contra metal, así
que empecé a buscar alternativas.
Encontré un sistema, también en Estados Unidos, que no
comprendí muy bien al principio, pero como estaba dispuesta a no cesar en mi
empeño de encontrar algo cómodo y bonito, lo pedí y esperé las cinco semanas
que tardó en llegar con gran paciencia.
Cuando llegó me fascinó el sistema, no tanto el collar, ya
que era muy mejorable, pero fue una muy buena inversión.
Este sistema constaba de un collar con la correa incluida en
la misma pieza. Se pasa el collar por la cabeza del perro y se ajusta al cuello
con una pieza plástica, parecido a la física del sistema "Martingale"
ya que, si el perro estira durante
el paseo, el collar se ajusta al cuello .
Me pareció fantástico y sus ventajas cubrían todas mis
expectativas, fácil de colocar y
quitar, Lílith no tenía que estar todo el día con el collar puesto por su
comodidad y por el pelaje, ligero de peso por no tener mosquetón, silencioso
también por no tener mosquetón ni elementos metálicos que le vayan cantoneando
tan cerca de los oídos, en fin, ¡casi perfecto!
Empezó a preguntarme la gente por la calle por el collar,
les comentaba que los pedía en los Estados Unidos y empezaron a pedirme que
cuando hiciese otro pedido les trajera uno, y así empecé a hacerlo.
Me di cuenta de que quien veía el collar, veía también todas
las ventajas que yo había querido para mi perrita pero como no había nada
parecido en el mercado Español, nadie puede querer algo que no sabe que existe.
Y así, como soy yo, empecé a darle vueltas al collar
pensando en cómo podría ser mejor aún y , además, más bonito. Para una
diseñadora, muy creativa y que, además, formada en Dirección Comercial y
Márketing, la suma era evidente.
Hablé con la persona que los hacía en Estados Unidos y le
propuse venderlos aquí, pero el precio del envío encarecía el collar y no le
interesó ajustar el precio ni hacer más de los que hacía en su tiempo libre.
Así que convertí mi despacho en laboratorio de costura,
contacté con diferentes proveedores, estudié diferentes materiales y empecé a
hacer prototipos mejorados del collar inicial, mejor calidad, acolchados y forrados por dentro con tela suave
para que el contacto directo con el perro sea más agradable, costuras
reforzadas, diseños muy bonitos, originales y exclusivos...
...y aquí estoy, tres años después. Explicarlo en voz alta
me ha hecho darme cuenta de que los collares que hago son yo misma, el cariño,
el cuidado que quería para mi perrita está expresado en todos y cada uno de
ellos, porque creo ferozmente que se merecen todo esto y mucho más.
Abrazos y lametones.